«Después de los cortes», Damián Bil sobre los cortes de luz y la estructura eléctrica, Infobae, 10/03/2014

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Por Damián Bil
Lunes 10 de marzo, 2014

Los porteños nos hemos acostumbrado a los cortes eléctricos cuando se acerca el verano. Durante el último diciembre fueron más prolongados, lo que motivó piquetes en las calles y cacerolazos en diferentes barrios de la ciudad.  Mientras, los responsables se pateaban la pelota: el gobierno señalaba como causa el incremento de la demanda y culpabiliza a las distribuidoras por la falta de inversión. Por su parte, éstas reclamaron contra el congelamiento de tarifas, lo que erosionaría su situación contable y les impediría invertir.

Efectivamente la demanda aumenta de forma anual, pero ese crecimiento durante los últimos años fue a tasas menores que en los 90s. La desinversión existió, tal como reconocen Edesur y Edenor: mientras en los 90s gastaban 600 millones de dólares anuales en mantenimiento y ampliación, en 2012 no erogaron siquiera una tercera parte. Por último, si bien el congelamiento tarifario también es real, tal como veremos tampoco es la explicación de fondo. Todos estos elementos son expresiones superficiales de un problema más general. En el medio de esta situación, los usuarios reciben un servicio cada vez más precario, a pesar de los millonarios subsidios que se destinan a la actividad.

Tarifas y subsidios

Desde 2002, las tarifas están congeladas, con escasos aumentos nominales. Por su parte, los costos de la cadena se incrementaron. La forma de sostener el nivel de tarifas es mediante subsidios que compensen la brecha con el costo real de generación. En 2013 ascendieron a más de 81 mil millones de pesos.

Durante más de una década, el gobierno transfirió recursos a subsidiar la electricidad. El discurso era que se buscaba proteger los ingresos de los hogares. Pero el motivo de fondo de esta política tuvo un destinatario privilegiado: el capital que acumula en el mercado interno. La industria argentina, en casi todos sus sectores, es ineficiente porque tiene una escala y productividad menores y costos más altos que la de los capitales que determinan la media internacional. Esto se manifiesta en que, en los últimos diez años, la Argentina mantuvo su posición marginal en el mercado mundial, lo mismo que el tamaño de su economía medida en términos del PBI; mientras que la estructura de exportaciones no se modificó en relación a sus características históricas. Por ello la industria argentina precisa constantes compensaciones para reducir sus desventajas en la competencia capitalista, no ya para poder exportar, sino incluso para competir en su propio mercado contra las importaciones. El congelamiento de tarifas eléctricas, insumo primordial de la industria, fungió como transmisor de riquezas a ese sector que, a la vista de los resultados, no logró revertir sus déficits.

El congelamiento de tarifas compensa a la industria de una segunda manera, por medio del mantenimiento del nivel salarial, estancado en términos reales desde 2010. Al ser la electricidad un componente del consumo obrero, conservar las tarifas estancadas mantiene bajo el precio de la fuerza de trabajo y, por el momento, evita (mayores) reclamos salariales.

La “crisis energética” como crisis del capital

Este esquema es el que, debido al ahogo de las cuentas públicas y los problemas de infraestructura de la actividad, el gobierno no puede sostener. A este panorama se suma otro inconveniente, que es la dependencia de los hidrocarburos en la matriz energética. En efecto, la producción eléctrica en Argentina se asienta principalmente en la generación térmica (un 61%). Es decir, en plantas que “fabrican” electricidad por medio de combustibles fósiles. Pero tanto la producción de crudo como de gas natural en Argentina se encuentran en declive: de 2004 a 2013, la primera cayó en casi 23% y la de gas en 19,7%. Esto generó la necesidad de importar combustibles, lo que provocó déficits en la balanza energética desde 2011.

Los combustibles importados (gas licuado y derivados pesados del crudo) para suplir la caída de la producción local de gas son menos eficientes y reducen la vida útil de los equipos, aumentando el costo de generación. Esto se magnifica por el alza de los precios internacionales, que desde fines de 2008 a la fecha acumulan un incremento del 100%, sobre todo del gas licuado.

No se trata de una simple “crisis energética”, sino del sinceramiento de los límites de la acumulación en el marco de la crisis. La perspectiva de una posible quita parcial de subsidios, ante las dificultades de conseguir endeudamiento externo, no hace más que reconocer este fracaso. Un escenario como el que se vislumbra, sin un cambio en la estructura general de la propiedad del sector, es el de un círculo vicioso: el alivio en las arcas del gobierno por el sinceramiento de tarifas profundizará la contracción de la economía, y con ello la crisis.

 

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