Romina De Luca en La República Digital: Burbujas de contagios y vacías de contenidos

“La situación epidemiológica es preocupante” dijo el domingo el Jefe de Gabinete, Santiago Cafiero, en conferencia oficial junto a la Ministra de Salud Carla Vizzotti. “El riesgo epidemiológico está creciendo” agregaron. Más allá de la supuesta preocupación, ninguna medida de impacto para frenar esa segunda ola que se avecina. A no ser que supongamos que recortar la movilización de apenas cien mil personas (la administración pública nacional) durante una semana producirá algún impacto cuando el sistema educativo mueve a millones todos los días.
En efecto, desde antes del inicio de la presencialidad, advertimos sobre sus problemas. Abrir las escuelas no es liberar cualquier actividad. Ninguna mueva a 10.550.621 alumnos en la modalidad común (sin incluir el nivel superior no universitario), 107.470 alumnos en la modalidad especial, a otros 1.376.000 en la modalidad técnica y formación profesional y a 756.837 de la educación primaria y secundaria de adultos. Aunque de forma escalonada, dosificada y gradual, la presencialidad puso en movimiento a 11.552.528 alumnos. Sumemos a 1.458.000 de docentes y no docentes, agreguemos a las familias (en su mayoría mujeres) que se movilizan para llevar a sus hijos a las escuelas, en transporte público, sumamos otros cuatro millones más a razón de una familia tipo, es decir, un acompañante cada dos de esos niños que tienen que ir a la escuela. A poco de sumar, la cuenta ascienda a más de 17millones de personas. En este cuadro, sostener que con restringir la circulación de unos pocos porque “la presencialidad en las aulas es una prioridad” es directamente criminal.
Su coartada es que los contagios que impactan en las escuelas se producen en otros ámbitos de socialización y no necesariamente en la escuela. Lo dicen como si fuera un atenuante. Pero, supongamos que así fuera, preguntémonos qué ocurre después. ¿Estamos seguros de que el virus no llegará a la escuela? Para responder hay que ir de lo no necesariamente a las probabilidades, es decir, superar el plano de la improvisación. Máxime si hablamos de una enfermedad que pude transitarse de manera asintomática. En un país que testea poco, no reconstruye la cadena de contagios y que no testea a los contactos estrechos de los que sí enfermaron, el subregistro es la regla. También indican que apenas el 1% de los contagios surgen con motivo escolar. Números difíciles de verificar si tenemos en cuenta que pese a que el gobierno lanzó pomposamente hace unos días el Cuidar Escuelas para el registro de casos hace diez días la información brilla por su ausencia. Lo que sí sabemos es que la curva de casos cuestiona ese famoso 1%. Por un lado, el pico de contagios del viernes 26 de marzo con 12.936, el lunes 29, 14.040 casos, estos números no pueden entenderse por fuera del movimiento de personas que implica la presencialidad.
En efecto, la presencialidad nos expone a un riesgo probable que debe entonces sopesarse con los beneficios de la exposición. Los chicos vuelven a la escuela para qué según el Consejo Federal de Educación. Bien ¿Van a socializar? Asignatura pendiente: no puede haber contacto físico alguno, no se pueden compartir útiles de trabajo, no se entregan ni corrigen tareas in situ en papel, no se puede cantar, ni tener juegos de contacto, ni formar parte de otra burbuja, ni compartir alimentos. ¿Recuperarán contenidos con esta presencialidad? Lo cierto es que esto, tampoco será así. De hecho, los protocolos delegaron, en cada escuela, la organización del esquema de cursada. Para garantizar el distanciamiento cada escuela con cada año y división conformó dos o tres burbujas lo que dosifica el flujo de alumnos en la escuela ya sea a lo largo de la semana, semanas alternadas de cursada o en horarios alternados a lo largo del día si la escuela fuera de jornada completa. Recordemos que la jornada no puede superar las 4 horas. Esta modalidad de asistencia combina, entonces, tiempo de cursada en la escuela y tiempo de trabajo virtual para los alumnos. El docente, deberá impartir las mismas clases cada semana, en su tiempo de trabajo para distintos grupos. Los alumnos recibirán la mitad del tiempo de clases porque el docente no puede clonarse y atender al mismo tiempo consultas virtuales y presencialidad en un mismo tiempo y espacio. La conclusión es clara: con dos burbujas, las horas de lengua o matemáticas caen a la mitad. El cuadro es peor si agregamos qué nos dicen que hay que hacer durante esa presencialidad. Solo se darán contenidos que no pueden desarrollarse virtualmente, o para la generación de espacios de socialización entre pares -con las características que mencionamos antes- o para establecer vínculos con la escuela y con los docentes; o para orientar el trabajo no presencial. Es decir, los docentes van a impartir instrucciones para que, los alumnos, sigan realizando trabajo remoto acompañados por sus familias o por organismos de la comunidad. Así, la orientación el proceso pedagógico virtual queda a cargo de un docente distinto del que trabaja en la presencialidad. Para cubrir la virtualidad se recurre, si los hubiera en la escuela, a las y los docentes “dispensados” por motivos de salud. Este esquema explica la insistencia en el trabajo en proyectos, por grandes áreas temáticas y priorizando contenidos: hay menos tiempo real para desarrollarlos y no será un especialista el que apuntalará el trabajo. Además, las familias tendrán que seguir haciendo esa parte del trabajo que pusieron en 2020: acompañar a sus hijos con sus propios recursos culturales y materiales.
Y de este vaciamiento curricular no se habla. Hoy transitamos una presencialidad recortada supeditada a una virtualidad que sigue sin recursos. Con docentes desbordados que seguirán pagando de su bolsillo conectividad, con 4.300.000 niñas y niños que seguirán sin recursos digitales tal como reconoce el Ministerio y con familias con el mismo capital cultural que sus hijos para acompañarlos. La segunda ola ya llegó. Sabemos por qué: movilizar 17 millones de personas tiene consecuencias. La pregunta que debemos hacernos es si el camino que nos lleva a la enfermedad y a la muerte junto a un vaciamiento pedagógico será el que rescate a la escuela o es hora de pensar en otra cosa.

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