Una Revolución Burguesa a la criolla

Fabián Harari sobre la Revolución de Mayo, Diario Crítica, 25/5/2009.

La mirada política y sociológica en otro aniversario de mayo de 1810.

¿De qué estaban hechos los próceres? Cada 25 de mayo, la pregunta se reitera. Hoy día, estamos en vísperas de un festejo nacional, que conmemora los 200 años de algo que se llamó “revolución”. No es extraño que sea el momento propicio para disputar la conciencia de la población: saber quiénes son nuestros “padres” es saber también quiénes somos nosotros.

La institución escolar ha intentado inculcarnos que se trató de superhombres con cualidades extraordinarias. En los últimos tiempos, los medios masivos de comunicación mostraron una intención de “acercar” al prócer. Para ello, se revelan datos de su vida privada. La historia se convierte así en un programa de chimentos. La tarea científica es rebajada al nivel de colección de curiosidades inútiles.

Una tercera forma de abordar el problema aparece en la producción académica dominante. Según esta concepción, no hubo ninguna revolución, tan sólo algunos cambios a nivel simbólico. En realidad, los dirigentes eran súbditos leales que fueron arrastrados a los sucesos por una crisis externa: la caída de la monarquía borbónica en 1808. Estamos ante una sociedad sin conflictos y sin cambios, donde todo sucede en el nivel de los discursos.

Estos abordajes no pueden resolver el enigma de los próceres. Sencillamente porque están esquivando la pregunta que asoma detrás de toda explicación de nuestros orígenes: ¿qué es la Nación Argentina? Para no confrontar con el interrogante, eliminan a la sociedad. Entonces, la dirección revolucionaria sólo puede comprenderse apelando a cuestiones personales. Para evitar este serio problema hay que devolverle al personaje su contexto, es decir, las relaciones sociales que lo construyen. Porque los seres humanos estamos hechos básicamente de eso: de relaciones.

TRES PREGUNTAS SIMPLES.
Si la sociedad existe, entonces la revolución sólo puede entenderse como parte de su desarrollo. Por lo tanto, para comprender la Revolución de Mayo como un proceso social, hay que resolver tres incógnitas: quiénes la dirigieron, qué querían y qué hicieron para conseguirlo. Para responder la primera pregunta, debemos examinar la composición social de la dirección revolucionaria. Es decir, cuál fue la pertenencia económica de sus miembros. Comencemos por el más importante de ellos: Cornelio Saavedra, el presidente de la Junta Provisional Gubernativa (nombre real de la ahora llamada Primera Junta).

Cornelio Saavedra era el hijo de un gran propietario rural: Santiago Saavedra. Santiago fue dueño de tres estancias importantes: una en Arrecifes, otra en San Isidro y otra en San Fernando. Integró el Gremio de Hacendados, una organización corporativa que bregaba por los intereses de los productores ganaderos y elevaba propuestas al virrey. Como buen hijo, Cornelio continuó con la actividad de su padre: se hizo cargo de las dos últimas estancias y se casó con doña Francisca Cabrera, hija de un importante hacendado, dueño del Rincón de Cabrera. Siempre estuvo muy ligado a la producción agraria. En 1805, sus conocimientos lo llevaron a ser nombrado administrador de Granos de la ciudad. El 18 de mayo de 1810, cuando llegaron las noticias de que había caído la Junta Central, los revolucionarios tuvieron que ir a buscarlo a su campo.

Manuel Belgrano también puede jactarse de su padre: Domingo Belgrano Pérez era un propietario de tierra y ganado. Alquiló la unidad productiva más importante de la región: la estancia “Las vacas” ubicada en la Banda Oriental. Gran productor y comercializador de cueros, integró también el Gremio de Hacendados. El padre de Juan Hipólito Vieytes, Juan Vieytes, fue uno de los más importantes hacendados de San Antonio de Areco. Hipólito Vieytes también administró campos. En el censo de 1810 aparece con un capataz y dos peones fijos. Feliciano Chiclana, un importante dirigente, proviene de una familia de hacendados en San Vicente. Su padre, Diego, era propietario de tierras.

Una nota particular merecen Antonio y Francisco Escalada, hermanos cuyas tertulias se consideraban las más distinguidas de Buenos Aires. Antonio fue el suegro de San Martín y en agosto de 1810 fue confinado por querer declarar la independencia de la región. Ambos poseían tierras y producían cuero. Francisco tenía una estancia en San Vicente. Hay otros importantes estancieros como Juan Martín de Pueyrredón o Martín Rodríguez, quienes han demostrado un gran arrojo revolucionario.

Mariano Moreno no poseía tierras, pero se ligó muy fuertemente a quienes sí tenían. Fue abogado de Antonio Escalada y representante del Gremio de los Hacendados. De hecho una de sus obras más conocidas, Representación de los hacendados, es el documento que en 1809 presentó al virrey para defender los intereses de los estancieros. Ese documento fue votado por delegados hacendados por partidos, en una asamblea. Podríamos seguir con personajes menos conocidos, pero muy determinantes en la revolución como Juan José de Rocha, Esteban Romero (segundo comandante de Patricios), Agustín Wright o Roque Tollo. En nuestra investigación sobre el período, de la que ya surgieron dos libros, tomamos una muestra de la dirección del Cuerpo de Patricios, la organización militar revolucionaria más importante. El relevamiento de la condición social de sus miembros arroja que los hacendados son el 52% de los casos comprobables, frente a un 17% de comerciantes.

Ahora bien, ¿qué significa ser “hacendado” a comienzos del siglo XIX? Son propietarios de tierras y/o ganados que explotan mano de obra. El trabajo allí se conforma bajo relaciones asalariadas, esclavistas y hasta algunas, muy pocas, de tipo coactivas. Las primeras, estacionales y permanentes. Las otras dos, solamente permanentes. Sin embargo, en sentido estricto, en el campo se trabaja en la siembra y la cosecha (en la agricultura), y en la yerra y castración (en la ganadería). Es decir, en las tareas estacionales. No bien se descartan los meses improductivos, la importancia del trabajo asalariado salta a la vista. Es decir, estamos ante los comienzos de la burguesía agraria, que va concentrando medios de vida y producción. Enfrente, una población de peones con diverso grado de desposesión y un porcentaje nada despreciable de esclavos. La producción de cuero aparece aquí como el puntal de lanza para su acumulación. Por lo tanto, los próceres no son superhombres ni picaflores. Son burgueses.

UN PROGRAMA PARTICULAR. Sabemos que eran burgueses, más específicamente, agrarios. Ahora bien, ¿por qué se enfrentaron con el Estado? Básicamente, porque pretendían cambiar la sociedad. En primer lugar, el Virreinato era una estructura política destinada a drenar fondos hacia España. Para ello, se imponían una serie de impuestos al comercio y a la producción.

En segundo lugar, el régimen colonial impedía el desarrollo de relaciones capitalistas: se restringía el acceso a la propiedad privada, no se apoyaba la expansión territorial, no se avanzaba con la expropiación de los pequeños productores ni con la regimentación del trabajo en las estancias. Belgrano escribe, en 1810: “Remediemos en tiempo la falta de propiedad, convencidos de lo perjudicial que nos es”. Sin embargo, aclara nuestro prócer, no quiere propiedad para todos: “Indicaré, pero para irritarnos, aquella extravagante ley de Licurgo a sus espartanos de distribuirles los terrenos en proporciones iguales. Error que lo condujo a proscribir el honesto lujo”.

Por último, el Estado se reservaba un aspecto clave para la acumulación: la circulación de mercancías. El comercio estaba asignado a ciertos comerciantes habilitados que operaban con el monopolio. Éstos se quedaban con una porción importante de la ganancia del burgués. Por ello, el principal reclamo de los hacendados es la libertad de comercio. Es decir, el desarrollo de ciertas relaciones (capitalistas) se oponía a la existencia de otras (feudales). Ése es el marco en el que combaten los dirigentes revolucionarios y no en pos de una abstracta “libertad”.

La pregunta es cómo lo lograron. El relato dominante afirma que fue un pacto de caballeros. La semana de mayo habría tomado por sorpresa a todos. Pues bien, las fuentes no lo confirman. Luego de la reconquista, el 14 de agosto de 1806, se produce una insurrección que irrumpe en el Cabildo abierto, exige la destitución del virrey Sobremonte y nombra a Liniers, un oficial menor, como la nueva autoridad. A todas luces, se estaban trasgrediendo las leyes coloniales. El 2 de febrero de 1807, en otro tumulto, los revolucionarios exigen que Sobremonte sea puesto preso, sin mediar juicio alguno. El 1 de enero de 1809, las milicias revolucionarias abortan un golpe conservador y desarman a las realistas. En julio de ese mismo año, los revolucionarios toman las armas para evitar que asuma el nuevo virrey (Cisneros), quien debe negociar con ellos en Colonia. Es difícil presentar a los dirigentes revolucionarios como ingenuos sorprendidos por la situación. La proclama de la Junta al asumir no deja lugar a dudas:

“Se ha de publicar en el término de 15 días una expedición de 500 hombres para auxiliar las provincias interiores del Reyno, la cual haya de marchar a la mayor brevedad; costeándose esta con los sueldos del Excelentísimo Señor Don Baltasar Hidalgo de Cisneros, Tribunales de la Real Audiencia Pretorial y de Cuentas, de la Renta de Tabacos, con lo demás que la junta tenga por conveniente cercenar, en inteligencia que los individuos rentados no han de quedar absolutamente incongruos, porque esta es la voluntad del pueblo.”

En su primera medida de gobierno, la Junta declaró la guerra civil, la supresión de los tribunales superiores (la Real Audiencia) y anticipó que podría confiscar cualquier propiedad que considerase necesaria para pagar las tropas.

Por lo tanto, los próceres fueron dirigentes de una clase: la burguesía agraria. La Revolución de Mayo no es otra cosa que nuestra revolución burguesa. El producto de una clase que buscó desarrollar relaciones que se enfrentaban a las existentes. Para romperlas, debió organizarse, elaborar un programa, trazar alianzas con otras clases y lanzarse a la toma del poder sin vacilar. Toda una lección de cómo transformar la vida. Es cuestión de tomar nota para un nuevo objetivo, hoy urgente.

La seguridad encabezó la agenda pública de los próceres

Como buenos burgueses, nuestros próceres pusieron sus preocupaciones intelectuales en cómo incrementar las ganancias. En sus periódicos, además del libre comercio, se hacía especial énfasis en la necesidad de la defensa de la propiedad, a cualquier precio, y en la mala conducta de los trabajadores.

En 1801, el gobierno apresa al cabecilla de una banda de salteadores, el capitán Curú. El reo es traído a Buenos Aires. El Telégrafo Mercantil lo celebra y relata lo sucedido de este modo:

“¡Qué amparo y seguridad tendrían los habitantes de nuestras campañas, en sus vidas y haciendas, si la mano fuerte de la Justicia no los hubiese preso, si no los hubiese ahorcado, descuartizado al capitán Curú, cortado a todos las cabezas y manos alevosas y fijado estos horribles signos para escarmiento de otros, en los lugares mismos donde perpetraron sus delitos!”

En 1810, Belgrano escribe azorado:

“La falta de peones es otro entorpecimiento grave para los labradores, no porque efectivamente falten sino porque no hay celo en que tantos anden vagos sin quererse conchabar. Y como no hay quien los compela al cumplimiento de sus deberes, sigue el mal arruinando hasta que se les ponga a éstos en estado de sumisión”.

Nuestro prócer propone eliminar las fuentes alternativas de vida. Para ello, haría falta:

“Empadronar toda la campaña para estorbar muchos desórdenes ejecutándolo los jueces con toda prolijidad, que así teniendo los Alcaldes sus padrones sabrán cuáles son vagos, descubriéndose asimismo el que no tiene modo de mantener su familia sino del robo”.

¿Qué tipo de pueblo quería saber?

La dirección burguesa no podía actuar sola. Los revolucionarios tuvieron que trazar una serie de alianzas con clases explotadas. ¿Quiénes eran? Dejaron poco rastro, pero pudimos acceder a los datos de algunos milicianos que participaron en los diferentes levantamientos y en la semana de mayo.

En particular, los del Cuerpo de Patricios. En su mayoría eran “artesanos” y, en segundo lugar, “jornaleros”. Los primeros eran pequeños productores de artículos manufacturados. Tenían tienda propia o trabajaban para un patrón. Pero, en virtud de su saber, podían acumular algo de dinero para ponerse su propio local. Los “jornaleros”, en cambio, eran trabajadores sin especialización, que podían emplearse en la ciudad o en el campo.

Estas clases fueron convocadas a la movilización y al armamento en 1806 y permanecieron muy activas. Los alistados permanecían con las armas, los oficiales se elegían en asamblea y en los cuarteles se discutía de política.

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